Una promesa por cumplir

Siempre he sido una persona muy miedosa, todo el tiempo estoy pensando que me van a robar. Me siento completamente inseguro en las calles de Bogotá. Sacar mi cámara es lo mismo que salir sin ella. No quiero dar papaya. Era un imposible para mí, caminar sin miedo, mucho menos, tener la seguridad de tomar fotos sin dar papaya.

Ahí estaba yo en el carro, parqueado al frente de la Iglesia de Nuestra Señora de Egipto, cagado del susto, llamando a Lizeth. No me contestaba. ¡Por fin! “Él ya va por ti, súbete con él”.  Me emocioné cuando lo vi. No lo conocía pero sabía que era él. Dejé el carro en la plaza y comenzamos a subir. Me empezó a contar su historia y la del barrio. Me contó que desde pequeño, siempre le había atraído la muerte. Recordó que salía corriendo a ver los muertos de los enfrentamientos, entre las pandillas, siempre que podía –los niños hasta cierta edad (11) pueden cruzar las fronteras libremente–. Siempre quiso ser uno de los duros, de los que llevan el “fierro” más grande. A los que todo el mundo respeta. Es de los pocos sobrevivientes de su generación.  

Se me ocurrió proponerles hacer un taller de fotografía con los niños del barrio. Podíamos después montar una exposición, vender las fotos y con eso ayudar a las familias más afectadas por la pandemia. Mi cámara comenzó a salir cada vez más tranquilidad. Nos encontramos todos. A la idea de los talleres, se sumó la iniciativa de hacer un recorrido virtual, para que, durante la pandemia, pudieran seguir haciendo los recorridos por el barrio. 

Unas semanas después estaba nuevamente en el barrio. Esta vez con las guías impresas y las cámaras. Llegaron con sus hijos y los de sus amigos. Me sobraron varias cámaras, los invité a participar. El primer desertor no se hizo esperar. Después de hacer la explicación salimos a caminar por el barrio. No me la creía. Allá estaba yo, caminando por el Callejón de San Bruno –considerado en alguna época, uno de los más peligrosos de toda la ciudad–. Terminaron el taller menos de los que lo comenzaron. Motivándolos para que hicieran más fotos, dejé una cámara en cada una de las casas. Seguí yendo al barrio. De vez en cuando nos tomábamos una pola y, una que otra vez, fumábamos porro. La exposición se fue dilatando. Mi compromiso con ellos, aumentando.  

Estaba naciendo una nueva iniciativa en la plaza, al frente de la iglesia. El “Desayunadero la Candelaria”. Después de hablar con mi mamá, les propuse montar un ropero. Podíamos conseguir plata para ayudar a la gente del barrio. “Profe vea. Hay mucha gente en Bogotá que se ahoga en un vaso de agua. A nosotros nos dan ese vaso, nos tomamos el agua y después lo vendemos”. A los ocho días, estábamos colgando pantalones, blusas y chaquetas. Ese día cambiaron los términos de nuestro acuerdo inicial. No repartiríamos las ganancias con las otras familias del barrio, lo haríamos sólo con sus familias y las de sus compañeros. Por ser ellos los que trabajarían todos los domingos, se ganarían un porcentaje de las ventas. Yo estoy firme con ustedes, mientras ustedes estén firmes. La fila no se hizo esperar. Era el único puesto con gente. Mientras mi mamá y yo vendíamos, ellos cuidaban que nada fuera robado. ¡La rompimos! Cada uno de ellos cobró lo acordado y nosotros guardamos el resto para los mercados. 

Mientras tanto, yo seguía creyendo en la exposición. Les dejé dos cámaras y los incité a hacer más fotos; intentaba transmitirles mi optimismo. Los domingos siguientes las ventas fueron en picada. Ya no éramos ninguna novedad. La mayoría de los visitantes, eran los pocos que salían a vender. Cada vez estábamos más desanimados. Cada vez estaban más apretados. 

“Yo no quiero volver a echar mano, pero no voy a dejar morir a mis hijos de hambre”. Me acuerdo del momento en el que oí esta triste confesión. De inmediato lo entendí, no lo juzgué. En sus condiciones, yo haría lo mismo. Abandono estatal, segregación, clasismo, elitismo. No se podía esperar un resultado diferente. 

La motivación, se vio superada por la desilusión de las pocas ventas. Dejaron de estar firmes. Dejé de estar firme. El ropero murió.

salir del anonimato


Siento que ese esfuerzo por mantenerme en silencio, escondido del mundo, no era más que una respuesta a la poca confianza que tenía en mi. Eso cambió. Estoy seguro de lo que soy. Quiero salir de mi escondite. Mostrarme al mundo, compartir lo mucho que tengo para ofrecer. Quiero salir del anonimato.