El asiento de atrás

Se llama Cristóbal, ya le mandé su contacto. Llámelo y cuadra con él. Se adelantó la salida. ¿Qué voy a hacer todo ese tiempo en silencio? Le tengo que caer bien. Los nervios seguían aumentando. Lo llamé. Me dijo que estaba cargando en una bodega en Madrid (Cundinamarca), que me avisaba cuando fuera a salir porque yo no podía entrar a la bodega. Lleve harta plata pa’ las polas. El miedo de caerle bien se disipó, sabía que después de la segunda cerveza, le iba a caer bien. Gracias al alcohol, siempre lo hacía. 

¿Cómo voy a llegar allá? Si no tuviera las cámaras me valdría huevo. Esto último, es algo que me repito constantemente. No sé si es un miedo real o simplemente es la manera de justificar mi comodidad. Mi mamá me hizo el favor de llevarme hasta la bodega. Cuando llegamos, le pedí que me dejara más adelante para que no me vieran llegar en carro. 

Ya voy saliendo. Las placas del carro son… Lo vi salir y antes de montarme al camión me puse el tapabocas. Cuando lo vi sin tapabocas, me lo quité. El asiento era más incomodo de lo que esperaba. Iban a ser muchas horas ahí sentado. ¿Quedó bien? Si, quede al pelo. 

Entramos a una estación de servicio en la que nos íbamos a encontrar con un compañero, con el que nos íbamos a ir encaravanados. ¿Quiere algo de tomar mientras? Pedí una cerveza, pensando que él iba a hacer lo mismo. Pidió una botella de agua. 

Las primeras horas fueron muy entretenidas. Las luces, los restaurantes, el interior del camión, la técnica de la manejada, él manejando, un problema en el motor… Después de unas horas, no volvió a pasar nada nuevo. 

Hablamos mucho. Yo hacía preguntas y él respondía. Una que otra vez, le hablaba de mi.

Él me contó cómo sus ganas de salir adelante lo habían hecho conductor, no quería ser militar. Las veces que le habían propuesta llevar drogas escondidas en el carro, lo difícil que era no ver a su mamá por más de cuatro meses, las novias en los diferentes destinos y la novia oficial. El tráfico de animales en las carreteras de Antioquia y el tráfico de gasolina en Cuatro vientos.

Antes de llegar al segundo hotel, paramos en un restaurante a comer. Era uno de sus favoritos. En las noticias anunciaban que estábamos en un nuevo pico de COVID. Decidí devolverme. Lo más fácil y rápido era llegar a Barranquilla y allá, cuadrar para que algún conductor me devolviera a Bogotá. Él iba a Cartagena, así que decidí seguir el viaje hasta Barranquilla con su compañero.

Era mucho más reservado, acababa de entrar a la empresa. En la anterior no había tanto trabajo entonces no ganaba “tan bueno”.

¿Por qué le dicen así? Cuando iba a ingresar a la otra empresa, eso fueron como cuatro compañeros para ingresar a esa empresa. Y sí, fueron las cosas de que allá lo atienden a uno muy bueno, muy bien ahí en una sala de espera. Y había ahí una señora, que descanse en paz, la mató una motico, que era la que arreglaba la cocina, los tintos. Siempre era de edad. Se llamaba Adelita. Y nosotros estábamos ahí en la sala de espera y nos estaba dando tintico, cuando el conductor animado que llegó diciéndole – Señora, ¿ahí estás poniéndole el ojo a los nuevos, no? Y la señora muy animada, muy querida, le respondió – Muy lindos que están, muy guapos. -Entonces, ¿cuál? ¿Este? ¿Este? Que yo. Y, – si, está muy guapo. Y yo por dentro, – pero eh, ¿por qué me dice a mi este señor sin conocerme? La señora se fue a llevar los tinos a las oficinas y unos vasos con agua. Y llegó el hombre, ahí de mucha confianza, y me dijo – ¿Qué, te le medís? Yo de una para tirarle el chiste le dije – Si, de pronto con una garrafa de guaro. Y el hombre no lo pensó dos veces, – Oigan a este sangre de toro. Por lo que un toro se tira por donde sea. Y de la cantidad de gente que había ahí, soltaron la risa. Desde ese día, todo el mundo. Ahí quedé bautizado inmediatamente. Sangre de toro. 

Finalmente, me cuadraron el regreso desde Cartagena. Tendría que esperar un par de días en el hotel mientras salía un viaje a Bogotá. Hicimos una parada en Barranquilla para descargar los carros que llevaba y de ahí saldríamos al puerto de Cartagena a cargar más carros. Yo no podía entrar. 

Yo lo dejo ahí en el cruce. Camine hasta la bomba y ahí le dice a uno de las motos que lo lleve al hotel que queda más adelante. Me bajé en la mitad de la nada y el siguió su camino. Caminé por la carretera hasta llegar a la estación de servicio. Seguí sus instrucciones. Cuando llegué al hotel, comí algo y me fui a mi habitación. Así pasé los siguientes días, solo salía de mi habitación para ir a comer. 

Los días pasaron. Me enviaron un nuevo contacto. Lo llamé y quedamos de encontrarnos la mañana siguiente en el parqueadero. La hora de salida era mucho más tarde que con los otros conductores. Agradecí las horas de sueño extra. Agradecí salir de ese lugar. 

Esta es la reina, la muñequita. Eso yo en las mañanas le pego siempre su consentida. Los carros son como los hermanos, uno los consiente, los paladea, los lleva bien. Esta es la casa de uno. Acá es donde uno vive, muchas ocasiones duerme. Tengo mis cobijitas, mis almohadas, todo. 

Era muy metódico. Tenía un tiempo determinado para parar en la carretera y revisar que todo estuviera bien. Le daba vuelta al carro, revisaba que todo estuviera en su lugar, volvía a arrancar. 

Acá si usted quiere ver la platica es al que más le rinda. 

Ellos por trabajar para una empresa reciben un básico mas un porcentaje de los aranceles del viaje. La empresa cubre los gastos de gasolina, peajes, lavada del carro – en sitios autorizados –, los hoteles y las comidas. Completamente diferente a los transportadores independientes. 

Me contó que era militar retirado. En ese momento entendí por qué lo metódico. Me contó sobre su vida como militar. Había estado en las fuerzas especiales. Me contó que hizo parte del escuadrón que estaba encargado de neutralizar a Carlos Pizarro, que eran una fuerza letal, entrar a matar. No podía quedar nadie vivo. Aunque muchas de las cosas que estaba contando no eran ninguna sorpresa – como el trabajo en conjunto entre las fuerzas militares y los paramilitares –, mi curiosidad se vio limitada por la crudeza de sus relatos. Decidí cambiar de tema.

Corre la voz y eso es pólvora. Cualquier restaurante que una mala atención o algo suceda, de una uno corre la bola y ese restaurante pierde. Ya no vuelven los conductores. En la carretera los conductores nos encargamos de sacar adelante un negocio, como de arruinarlo. 

Esa noche dormimos en el camión. Quería llegar rápido a Honda, ganarse medio día y poder estar más tiempo con su novia.

Esta es una vida bien diferente a la del día a día. Muy solitaria. La gran mayoría el acompañante de uno son los pitos o el radio, el ruido del motor. 

Me dejó en un hotel a las afueras de Honda, me recogería ahí al siguiente día. Lo mismo que en el otro hotel, comer y a la habitación. 

Después de siete días, estaba de vuelta en mi casa. Pasaron los meses y no volví a viajar. Hasta ahí llegó la idea de hacer, de la vida de los transportadores, mi proyecto de largo alcance, de hacer un libro con sus historias. 

Un día, después de estar viendo las fotos, escribí: Esta serie está inspirada en uno de esos caminos a recordar, sentir, llorar, soltar. En las muchas veces que estuve sentado en el asiento de atrás, mientras viajábamos en familia. Algunas veces feliz jugando con mi hermano, otras, encerrado entre mis dos audífonos. Unas emocionado por el viaje y otras, aferrado al recuerdo de lo que dejaba atrás. Haciéndome el dormido para no ayudar con el mercado o para que mis papás no se dieran cuenta que los estaba oyendo pelear.

28/06/24

Ayer estuve en terapia. Trabajando mi niño, volví al asiento de atrás. Ese asiento, en el que la pelea de mis padres, me despertó. Ese asiento que me acogió, en mi parálisis. El lugar, donde caían mis lágrimas, orquestadas por un sollozo inaudible. 

El asiento de atrás, soportó el peso de mis ojos cerrados, de mi cuerpo petrificado. Arrulló el deseo de llegar rápido. De que se dieran cuenta que yo estaba ahí. O por lo menos, que se callaran. 

El asiento de atrás, donde me hice invisible, y mi no presencia, le fue dando fuerza a sus palabras. 

Ayer volví a llorar. Esta vez fuerte. Sin miedo a ser escuchado. Sin miedo a ser visto. Entre sollozos, mis palabras captaron su atención. Les pedí que hicieran silencio. Que se acordaran que yo estaba ahí. Que necesitaba su amor. Un abrazo. Necesitaba ser visto. 

Hoy, quisiera volver al asiento de atrás. Con ellos dos adelante, creando un nuevo recuerdo. Uno feliz.

salir del anonimato


Siento que ese esfuerzo por mantenerme en silencio, escondido del mundo, no era más que una respuesta a la poca confianza que tenía en mi. Eso cambió. Estoy seguro de lo que soy. Quiero salir de mi escondite. Mostrarme al mundo, compartir lo mucho que tengo para ofrecer. Quiero salir del anonimato.