Sinfonía utópica

Recogí mi maleta de la banda. Mientras buscaba mi celular, miré hacia afuera. ¿Cuál de todos será? Mis ojos se encontraron con los suyos; de inmediato supimos que nos estábamos buscando. Un gesto con la cabeza y la tranquilidad de saber que lo había encontrado. ¿Cuánto hasta Istmina? 40.000 cada uno. Vamos. Lo seguí hasta la camioneta.

Habíamos acordado que iniciaríamos lo más al sur e iría subiendo hasta regresar a Quibdó. Iba sumido en mis pensamientos. Completamente a la expectativa. Miraba por la ventana mientras él hablaba. Un niño atrincherado en su casa, le apuntaba a los carros que pasaban con su arma imaginaria. Cuando estuve en su mira, hizo un movimiento con sus manos. Los dos supimos que dio en el blanco.

Llegamos a Istmina, me dejó en el hotel, y se despidió. Quedamos de encontrarnos el siguiente día para ir hasta Andagoya. Pequeñas excursiones. Ver, oír, oler.

Todavía no han empezado los talleres y comienzo a pensar que al final, esto lo hago más por mí que por ellos. Salir del letargo en el que vivo, reconectar conmigo y las cosas esenciales en la vida. Esos pequeños detalles que retienen mi atención y me van soltando. Descubrir nuevos miedos –viejos realmente–, pero por fin, decidir enfrentarlos, darles la cara y crecer un poquito más, o por lo menos, entender el porqué de muchas acciones. 

Estaré estos días entre territorio de elenos y paracos. Para mi tranquilidad me dijeron que en Andagoya los elenos no se meten con la población civil y que en Istmina, los paracos mantienen el “orden”. Que ya deben saber con quién y porqué estoy acá y que si aún no lo saben, lo investigarán. 

Este tipo de experiencias son las que necesitan vivir muchas personas de “bien” del país, para que dejen a un lado ese pensamiento obtuso que les impide entender la realidad. Espero que de algún modo, este proyecto ayude en ese proceso de reconocimiento del otro, como iguales y que permita que entiendan, o por lo menos se acerquen un poco a las diferentes realidades que se viven en Colombia. Que dejen de pensar únicamente en su beneficio y entiendan que hay millones y millones de personas que ni siquiera pueden, o se atreven a imaginar, en las condiciones en las que viven, o más bien, vivimos esos pocos afortunados.

Vamos a ver si con esto les podemos abrir los ojos. Así sea a unos pocos. Porque estoy seguro, que una vez abiertos, por más que lo intenten, no los podrán cerrar. La realidad estará frente a ellos y será su momento de tomar una posición frente a esta situación. En otras palabras, ver si con esto, sacan la puta cabeza del culo, dejan de pensar en plata y piensan en los demás.

Estas palabras, cargadas de rabia, fueron el resultado de una conversación, que había tenido pocos días antes del viaje y encontrarme con esta nueva realidad. Una conversación, en la que la frase “es que quieren todo regalado”, fue pronunciada. 

Después de dos días, tuve que hacer mi primer viaje solo. En Andagoya me encontraría con diferentes líderes comunales, que estaban reunidos, para socializar el taller y concretar los cupos de los niños que iban a asistir –hasta el momento sólo había uno confirmado–. Dos pobres no pueden tener hijos o si no salen mendigos. Esta frase me sacó de mi pensamiento. Seguí escuchando la conversación entre el conductor del tuk tuk y una de las pasajeras. ¿Dónde queda el teatro? Tranquilo que yo lo dejo al frente. Gracias. Cuando llegamos, me invitó a pasar y me presentó ante todos. Al rato tenía los cupos llenos. Que trabajen en parejas, eso no importa. ¿Cómo le decimos a unos que sí y a otros que no? Nunca lo había contemplado, se salía de todo lo que tenía pensado y todo lo que había hecho hasta el momento. Si claro, no hay ningún problema. Comenzamos mañana a las dos y ahí cuadramos el horario para los otros días. Tenía que esperar, a las dos me encontraría con Santiago –el único que estaba confirmado antes de mi reunión–, para ver si había conseguido más personas interesadas en el taller. Fui a caminar y conocer un poco. Desde una pequeña caseta me llamaron. Me invitaron a una cerveza. Al rato me invitó a conocer su casa. Seguimos tomando curado. Un poco de aceptación y que me trataran como a un igual fue una sensación muy linda. Nunca había sido tan blanco en mi vida –no me gustó para nada– y por alguna razón, sentía que mi presencia los incomodaba. 

Es increíble todo lo que he logrado conseguir en la vida gracias al alcohol. Escribí victorioso, por haber conseguido estadía en una casa de familia. Era lo que más deseaba. 

Empecé el día muy emocionado, pero mientras esperaba en la entrada del teatro, fui perdiendo la esperanza de que llegarían. ¿Por qué vendrían? Era obvio que esto no iba a funcionar. Un intento fallido más. Unos minutos después, fueron apareciendo. Para mi sorpresa, llegaron muchos más de los que estaba esperando. Comenzó la clase y todo fluyó.

Llegué feliz al hotel. Muchos más niños en la calle interesados en los talleres. Ningún problema con nadie. Una foto que me encantó.

Por momentos me logro desconectar de toda la información y miedos con los que vengo y simplemente disfruto y vivo esta nueva realidad. A veces es inevitable pensar en que hace unos meses, unas pocas horas río abajo de donde estoy, en un operativo, las fuerzas militares bombardearon un campamento del ELN, cobrándose la vida de varios menores, para unos meses después, realizaron un operativo completamente “limpio y perfecto”, en el que capturaron a la cabeza del Clan del Golfo; uno de los hombres más buscados.

Tengo que soltar y dejar que las cosas pasen. Me siento abrumado con la presión y exigencias que me impuse. Tengo que enfocarme en lo que vine a hacer, los talleres para los niños, lo demás será un extra e irá saliendo lo que tenga que salir.

No puedo hacer nada para que todos estén felices, eso ya depende de cada uno de ellos. Es muy ambicioso pretender cambiar su comportamiento en siete días. Tengo que soltar el control y pensar en un taller para ellos. El taller que hice fue para mi, desde mi educación, mis gustos y expectativas. Desde el encierro y la soledad de mi casa.  

Después de casi tres años sin fumar, las ganas me sacaron de la casa. Ya era de noche pero no importaba, ya había estado algunos días allá. Salí a caminar. Lo prendí y el placer fue el mismo que sentía años atrás. Encontré resguardo bajo un techo, en el que sentí, que no molestaría a nadie. El humo disipó ese momento tan duro que estaba viviendo. Por fin aceptaba que la reacción que me había imaginado, mientras escribía las clases en mi casa, nunca llegaría. 

Al verme, un vecino me invitó a esperar dentro de su tienda. Acomodó dos sillas y se sentó a mi lado. Regáleme una cerveza porfa. Estuvimos un buen rato hablando, me invitó a pasar y conocer toda la casa. Volví a mi casa completamente despejado y nuevamente muy agradecido.

Ya en la cama, mientras hacía mi llamada de buenas noches con Alejandra, oí un carro que entraba a alta velocidad y paraba al lado de la casa. Llamó mi atención, no sólo la velocidad y brusquedad con la que lo hizo, sino que en los días anteriores nunca había entrado ningún carro. Además, esa noche me había quedado solo en la casa. Se bajaron del carro y comenzaron a golpear la puerta. ¡Profesor! ¡Profesor! No era la voz de ninguno de los niños, era la voz de dos hombres adultos. ¿Quiénes son y por qué me buscan? Sin alarmarla, terminé nuestra llamada para no hacer ningún ruido. Esperaba que el silencio, confirmara mi ausencia. Afuera, ellos seguían golpeando y gritando. El miedo se comenzó a apoderar de mi cabeza. Acostado en la cama, en silencio, esperando el momento en el que tumbarían la puerta, entrarían por mi y yo desaparecería para siempre. Después de un rato, seguro mucho más corto de lo que recuerdo, salió el vecino –un profesor del pueblo–. Al verlo, ambos hombres se disculparon por la hora, le traían noticias importantes. Podía dormir en paz.

La exposición al final no fue lo que esperaba. Muchos de los niños no llegaron. Mucho menos sus familiares y amigos. Estaba bastante desilusionado. Definitivamente, eso no era lo que había imaginado. Cogieron sus fotos y se despidieron. Un trago muy amargo. Después del cierre, me encontré con Harrinson, un artista del pueblo, que me quería mostrar su obra.

‹‹Mijo vengase porque acá va a estudiar y acá va a trabajar, véngase» Esta fue la invitación que le hizo una tía, para que viajara a Bogotá. Él feliz, de conocer Bogotá, poder estudiar y trabajar, no lo dudó. Al llegar, se dio cuenta que las cosas no eran como se las habían pintado. Para poder estudiar, tenía que trabajar, para poder trabajar, tenía que tener experiencia. La frustración no se hizo esperar. Recordaba el pequeño emprendimiento que había dejado atrás en Andagoya. Comenzó a trabajar en los buses vendiendo dulces y afiches. Gracias a los afiches, se enamoró de la fotografía y la pintura. Finalmente consiguió trabajo en vigilancia. Con esta estabilidad, en los ratos libres, comenzó a buscar jóvenes que pintaban en las calles, viendo cómo trabajaban, aprendiendo todo lo que podía.

Después de varios años de esta rutina, decidió volver a su pueblo. Desde que regresó, su musa ha sido Andagoya. Se ha dedicado a pintar sus paisajes. Lo que él se imagina será Andagoya en el futuro y lo que recuerda del pasado. Las dragas sacando oro y las mineras trabajando a la orilla del río. Varios de sus cuadros están dedicados a la mayor tragedia que ha vivido el pueblo. Recuerda cuando en 1989, durante el reinado del oro, la barca que atravesaba el río Condoto, haciendo su rutinario trayecto, lleno de personas, llegando al otro lado, se volteó.

Con unos aguardientes y unas cervezas, al son de unos viejos vallenatos y una que otra chámpeta, pasé mi última noche en Andagoya.

Regresé al mismo hotel en el que me había quedado las primeras noches. Pedí un cambio. No aguantaba más el olor del baño de la habitación. No podía quedarme otra vez ahí. Me dieron la de al lado. Estaba un poco mejor. Ya estoy en la casa comunal y no hay nadie, me dicen que hoy no hay portero. Bueno, pues si, si no llega nadie comenzamos mañana. Gracias. Bajón. Todavía podía hundirme más. Tres personas que no llegaron el segundo día y dos que, así como llegaron, se fueron antes de terminar la clase.

A la siguiente clase llegaron nuevos participantes. Probaría el ejercicio de las canciones. Silencio, baile, risas. Una respuesta mucho mejor de la esperada. Nuevamente arriba.

Qué felicidad se siente cuando disfrutan los ejercicios, cuando los veo caminar con las cámaras en sus manos, tomando fotos de todo lo que llama su atención. Cuando sus risas rompen con el ruido general del pueblo, y felices, interrumpen a los transeúntes para tomarles una foto. Cuando entusiasmados y con una sonrisa en la boca se me acercan. ¡Profe! ¡Profe! ¡Mire! Y orgullosos muestran la foto que acaban de tomar. ¡Esta es la ganadora! 

Este subidón de energía duraría hasta el último día. 

Las tres cervezas que me tomé me llenaron de valor. Fui al hotel por la cámara y salí a caminar. Me fui hasta el centro por un camino que los niños habían propuesto durante la clase. Mientras más me acercaba, más me costaba sacar la cámara. Fijo en el centro hay mucho paraco. Seguro estos locales son de ellos. No les debe parecer nada chévere que ande tomando fotos. El efecto de la cerveza iba pasando y la cantidad de fotos iba bajando. La última y a dormir.

Llegó el día de la exposición. Esta vez, seguro, si iría gente. 15 minutos más y si no llega nadie me voy. Esperaré otros 20 minutos y si no llega ninguno más, les llevo las fotos al barrio. Seguro igual que en Andagoya, nadie vendra a verlas. Comencé a caminar. Me los encontré a todos en el camino. Les entregué sus fotos y me contagié de su felicidad.

Estaba muy feliz, habían sido un buen grupo y yo no tenía nada que hacer por la tarde. Se fueron a sus casas con sus fotos. Cuando nos volvimos a ver, me di cuenta que la emoción se había contagiado en todo el barrio. La gente, feliz posando, les pedía más fotos. 

Al otro día, me monté en el bus de las 12. Ya quería cambiar de lugar.

Después de haber estado dos días en Quibdó, por fin hacía buen clima y finalmente pude viajar a La Molana. Tenía que aprovechar muy bien el tiempo en esta comunidad; ya había perdido un día y era posible que en cualquier momento tuviera que salir de allá o no pudiera volver –estaba lloviendo mucho y el río se podía crecer–. Sin problema, pensé que lo mejor sería quedarme en la comunidad. Seguro tendría una buena experiencia y una acogida similar a la de Andagoya.

Todo lo que pasa acá, es completamente ajeno, hasta que le pasa a algún conocido. Por eso, de alguna manera, he logrado que unos pocos ojos estén pendientes de lo que está pasando en el departamento. Mi tía María Claudia ha estado muy pendiente de la inundación en el bajo Baudó y mi papá, se preocupó mucho por unos enfrentamientos entre el ejército y la guerrilla, en San José del Palmar. Seguro que su interés por el departamento, volverá conmigo a Bogotá. 

Llegamos justo a tiempo para coger el bote que salía hasta La Molana. Tuvimos mucha suerte. El transporte es muy limitado. Un bote que sale en la madrugada hacia Quibdó y ese mismo cuando se devuelve al medio día para La Molana. Después de un viaje, de unos 45 minutos, por el Atrato, llegamos.

Marica, de verdad si ninguno quiere no hay problema. Vamos ya pa Quibdó. Qué nos vamos a quedar acá si ellos no quieren. No sé qué efecto habrán tenido estas palabras, lo intentó una vez más. Mientras él buscaba a los niños, yo no podía dejar de pensar en cómo los atraparía, no manifestaban ningún interés. Poco a poco fueron llegando. Tenía que aprovechar el tiempo, no sabía si podría volver. Entregué las cámaras y salimos a hacer fotos. Después de que se las entregué y les expliqué cómo se manejaban, desaparecí por completo. Dejé de existir. Si esto es mucho problema yo recojo las cámaras y me voy. Lo último que yo pretendo es venir a molestarlos. Esta es una actividad para ellos, para que aprendan algo nuevo, no para molestar a la comunidad. Si usted me dice, yo recojo y me voy. Resolvimos el malentendido hablando y pudimos seguir con la actividad. 

Ya se hacía un poco tarde para nuestro regreso. No conseguimos a nadie que nos llevara a Tanando, Samurindo era nuestra última opción. Listo profe camine. Aunque la sugerencia fue que caminara por la selva descalzo, preferí dejarme los zapatos puestos. Pequeños pensamientos de alguien saliendo con un rifle, me acompañaron durante esta corta caminata. Por fin llegamos. Me monté al bote victorioso. Al frente, la luna y un atardecer para recordar, atrás una tormenta de nunca olvidar. Caminamos en busca de dos motos. No encontrábamos a nadie que nos llevara hasta Quibdó. Se hacía de noche. ¿A Quibdó a esta hora? La situación de orden público allá, hace que estar en las calles en la noche sea un riesgo. Muy difícil que alguien los lleve. Las primeras gotas comenzaron a caer mientras terminábamos de negociar. Aferrado a la moto, escondiendo mi cara del agua, me preguntaba cómo hacía para ver. Un golpe seco. Mis manos y mis piernas apretaron. Paramos a ver si le había pasado algo a la moto. Mientras la revisábamos, su compañero le decía que andara más rápido. Yo estaba cagado del susto. Llegamos. 

Llegamos tarde al puerto. Yo creo que ya salió. Déjeme ver qué hago. ¡Jueputa! Qué mierda. Un día menos de taller. Otra vez la suerte estaba de nuestro lado. Su primo iba río arriba y nos podía llevar. Fue un viaje muy tranquilo. Silencio y tiempo para encontrarme con mis pensamientos. Qué felicidad poder hacer esto. Qué pereza estar metido en una oficina. Definitivamente esto es lo que quiero hacer en la vida, qué delicia poder vivir estas experiencias. 

A duras penas se voltearon cuando entramos, me dijeron que dejara las maletas a un lado, el cuarto todavía no estaba listo. No me sentí bienvenido. Salí de la casa sin rumbo, simplemente para no estar ahí. Estaba muy preocupado; estaría tres días más, en un lugar en el que no era bienvenido. Aguanta. Nada que hacer. 

Solo serían dos días más de taller, tenía que motivarlos. Salieron felices y empezaron a hacer fotos. ¿Qué pasó señor? Un hijueputica de estos me está tomando fotos. ¿Cuál fue? Dígame cuál y borramos las fotos. Ese hijueputica ya debe estar escondido. Pero cálmese. Dígame cuál y las borramos. ¡Vea ese! Por fin, el machete se quedó quieto; apuntaba a uno de los niños. Le quité la cámara. absolutamente cagado del susto y sin saber muy bien cómo manejar esta situación, me acerqué a él para borrar las fotos en las que saliera. Pasaron tres veces las mismas fotos. No salía en ninguna. Se calmó un poco y se fue. Uy gonorrea. Y ahora qué putas. Marica, ¿Qué hacemos? La clase no duró mucho más. Como todas las tardes, se fueron a jugar fútbol.

Nos sentamos a comer, hablamos un buen rato y la sensación de no ser bienvenido desapareció. Me fui a acostar muy feliz, estaba completamente equivocado, era muy bienvenido. Quedé profundo.

¿Cómo los motivo después de lo que pasó ayer? Lo que salga, no puedo hacer nada más.

¿Y eso de las cámaras para qué es? Es un taller de fotografía para darle una nueva herramienta de comunicación y expresión a los niños. Está diseñado para que después puedan seguir usando el conocimiento con las cámaras de los celulares. Quiero poder seguir un proceso y volver acá. Usted no parece del interior. ¿Cómo así? ¿Por qué? Por la forma en la que nos habla y nos trata. Le aconsejo, que la próxima vez que venga, hable con el presidente del consejo. Gracias, así lo haré.  Al otro día, a las 5:30 am salí para Quibdó. Recogí las fotos en el lugar donde las imprimieron. Almorcé algo y me fui caminando hasta el puerto. Dígame dónde me monto y yo voy solo. Todo bien. No hay lío. Me consiguió un bote que salía pronto y me recomendó con el motorista. Una hora después, seguía montado en el bote esperando para salir. De los cinco botes que iban río arriba, el mío fue el cuarto en salir. El motor no estaba funcionando bien y el último bote no tardó en pasarnos. Comenzaron a reprocharle al último pasajero por su tardanza. Si nos robaban es su culpa. ¿Cómo así que si nos roban? No creo que nos paren a nosotros, qué encarte el que se meten con esa nevera. Primo mande arreglar ese motor. ¿Qué hago con las cámaras si nos paran? Dos horas después, era el único que quedaba en el bote. Pensamos que no iba a venir. Yo miraba los botes llegar y no veía ningún mestizo. Por alguna razón, me hizo sentir bien que no pensaran en mi como un blanco.

No tenía ningúna expectativa, las últimas dos exposiciones habían sido un fracaso. Igual les pregunté. ¿Quieren que les entregue las fotos o las pegamos en la pared para que la gente las vea? ¡Peguémoslas! ¿Seguros? ¡Si! ¡Peguémoslas! ¡De una! La verga, no me esperaba eso. Comencé a ponerle cinta a todas las fotos y ellos las iban pegando. Qué sorpresa tan linda. No lo podía creer. Comenzaron a llegar los niños que aparecían en las fotos. Increíble. No cabía en mi cuerpo la felicidad. Una vez más, la vida haciéndome tragar mis palabras. Me fui dichoso para la casa. Dejé todo en el cuarto y salí otra vez. Tenía muchas ganas de caminar y escribir lo que estaba sintiendo. 

Antes que nada, llamé a Alejandra. Estaba enferma y quería saber cómo seguía. Le quería contar lo que me acababa de pasar, todo el viaje le había contado lo que iba pasando. Quería compartir esta alegría con ella. Qué lindas son estas sorpresas que nos da la vida. No contestó. Me acordé que mi mamá estaba con ella cuidándola.
La llamé a ella, lo compartiría con las dos de una vez. Tu allá y Alejandra enferma en la casa. Viven sin un peso. Ella trabaja sin parar y nunca tienen para nada. Yo creo que vas a tener que replantear tu vida. Estas palabras llegaron directo a mi corazón. Borraron el sentimiento de plenitud. Me robaron la felicidad y la alegría. Sin saberlo, logró sumirme en la tristeza, la culpa y la duda. Todo se fue a la mierda. Yo me fui a la mierda.

Amaneció lloviendo. Me desperté temprano y me senté al frente de la casa a esperar a que alguien saliera para Quibdó. Nunca escampó. Al final de la esperanza, un bote apareció. Todo el viaje debajo de la sombrilla, acobijado por mi depresión.

Llegué completamente bajoneado. Seguía muy triste. Disimular un poco y ya está. Para rematar este sentimiento, el primer día sólo llegaron dos niñas. Motivación en el suelo. Sacar ganas y energía del corazón. Comencé la clase con la mejor energía posible. Terminemos esto bien. A diferencia de las otras clases, hubo mucho interés por lo que les decía –por fin tenía la respuesta que había estado esperando todo ese tiempo–. Eso hizo que me soltara, me olvidara de las palabras de mi madre y me entregara por completo a la clase. Me involucré en el ejercicio como no lo había hecho antes, disfruté mucho esa tarde. 

En Quibdó, el problema era otro. La inseguridad desbordada. Una pelea por el control del territorio por cuatro grupos diferentes: ELN, Clan del Golfo, Águilas Negras y los Mexicanos. Estos últimos fueron los que más llamaron mi atención. Me contaron que son un brazo armado de los carteles de México en Colombia. Vinieron, les dieron armas, unas directrices de cómo actuar y listo. Se dieron cuenta que existían porque su manera de matar era muy diferente a lo que se había visto antes. Estábamos muy limitados, no podíamos ir a cualquier parte. 

El día que llegué de Istmina había visto que cerca a la casa estaba el coliseo de boxeo de Quibdó. Cuando llegamos, el entrenador no se mostró muy animado en un principio. Muchas gracias, venimos mañana que hoy no tenemos las cámaras. Salí de ahí motivado por el permiso y completamente arrepentido de no haber sacado la cámara que tenía en mi bolsillo y haber tomado algunas fotos. Aunque había sido un día lleno de sorpresas, todavía estaba muy triste. Las palabras de la última conversación con mi mamá no dejaban de rondar mi cabeza. La duda, la culpa y la inseguridad me desgarraban por dentro. 

Segunda clase y el grupo se terminó de consolidar. Esperen, no se vayan. A diferencia de los otros talleres, les dejé llevar las cámaras a su casa. Con la limitante de movilidad, era la mejor forma para que hicieran fotos. 

¿Por acá es seguro? Si. Cogí mi cámara y me fui caminando hasta el coliseo. Entré un poco tímido. El entrenador me hizo un gesto de bienvenida, me olvidé de mis prejuicios y comencé a tomarles fotos. Esta está tremenda. ¿Nos las manda? Si yo se las paso al profe. ¿Cómo es su nombre? Jorge ¿Jorge? Ponga Cuba para que sepa quién soy. Yo soy cubano. Jorge Cuba Boxeo. Guardado. Volví a la casa dichoso. Esa noche igual que muchas otras hablamos hasta muy tarde. Compartimos experiencias de vida, metas e ideas para seguir avanzando en nuestros proyectos –Ifi lleva trabajando más de diez años con pelados de Quibdó–. La escuché mucho, le puse mucha atención, una manera de pensar muy similar a la mía. Me llenó la cabeza de ideas, oportunidades y posibilidades. Me contó las cosas que ha tenido que soportar en su vida por la simple razón de ser negra. 

Me levanté tranquilo. Un avance para lo que había estado sintiendo los últimos días. Habíamos salido muy poco de la casa, quería que pudiéramos hacer más fotos de Quibdó. Mañana nos vemos al frente de la catedral a las 2.

No… mañana no. Hoy lo esperamos y usted no llegó. Hasta el próximo lunes!!! Si Dios lo permite!

Si. Qué pena, es que la clase la hice en el malecón con los pelados y terminamos más tarde de lo normal. Mañana les paso las fotos de ayer y si el lunes alcanzo a pasar, allá nos vemos así sea un rato, que ese día viajo en la noche a Bogotá. 

Dios quiera que sus clases de taller fotográfico sirvan de alguna forma para mostrar en otros escenarios artísticos las carencias y necesidades del departamento o municipio Quibdó, quizás alguien competente valore su trabajo y al mirar las fotos, por lo menos suspire por un futuro de esperanza, para estas personas que necesitan y piden a gritos y lágrimas, que los incluyan en los proyectos sociales y humanitarios… por un futuro mejor…Ojalá!

Ojalá y que así sea! Dios quiera que el municipio se ponga más serio con el apoyo hacia ustedes, que se metan la mano y ayuden a todos esos pelados y usted pueda seguir haciendo ese trabajo y transformando vidas. Una Feliz noche!!

Gracias… y aunque no soy para nada negativo… le puedo asegurar que desde aquí adentro, sus deseos son casi una sinfonía utópica… pero igual, muchas gracias por sus buenos deseos… !!!

Me llegó al corazón, al fondo del alma. Con los ojos aguados, volví a leer. Las palabras que necesitaba en ese momento. Algo de reconocimiento.

salir del anonimato


Siento que ese esfuerzo por mantenerme en silencio, escondido del mundo, no era más que una respuesta a la poca confianza que tenía en mi. Eso cambió. Estoy seguro de lo que soy. Quiero salir de mi escondite. Mostrarme al mundo, compartir lo mucho que tengo para ofrecer. Quiero salir del anonimato.