Recogí mi maleta de la banda. Mientras buscaba mi celular, miré hacia afuera. ¿Cuál de todos será? Mis ojos se encontraron con los suyos; de inmediato supimos que nos estábamos buscando. Un gesto con la cabeza y la tranquilidad de saber que lo había encontrado. ¿Cuánto hasta Istmina? 40.000 cada uno. Vamos. Lo seguí hasta la camioneta.
Habíamos acordado que iniciaríamos lo más al sur e iría subiendo hasta regresar a Quibdó. Iba sumido en mis pensamientos. Completamente a la expectativa. Miraba por la ventana mientras él hablaba. Un niño atrincherado en su casa, le apuntaba a los carros que pasaban con su arma imaginaria. Cuando estuve en su mira, hizo un movimiento con sus manos. Los dos supimos que dio en el blanco.
Llegamos a Istmina, me dejó en el hotel, y se despidió. Quedamos de encontrarnos el siguiente día para ir hasta Andagoya. Pequeñas excursiones. Ver, oír, oler.
Todavía no han empezado los talleres y comienzo a pensar que al final, esto lo hago más por mí que por ellos. Salir del letargo en el que vivo, reconectar conmigo y las cosas esenciales en la vida. Esos pequeños detalles que retienen mi atención y me van soltando. Descubrir nuevos miedos –viejos realmente–, pero por fin, decidir enfrentarlos, darles la cara y crecer un poquito más, o por lo menos, entender el porqué de muchas acciones.
Estaré estos días entre territorio de elenos y paracos. Para mi tranquilidad me dijeron que en Andagoya los elenos no se meten con la población civil y que en Istmina, los paracos mantienen el “orden”. Que ya deben saber con quién y porqué estoy acá y que si aún no lo saben, lo investigarán.
Este tipo de experiencias son las que necesitan vivir muchas personas de “bien” del país, para que dejen a un lado ese pensamiento obtuso que les impide entender la realidad. Espero que de algún modo, este proyecto ayude en ese proceso de reconocimiento del otro, como iguales y que permita que entiendan, o por lo menos se acerquen un poco a las diferentes realidades que se viven en Colombia. Que dejen de pensar únicamente en su beneficio y entiendan que hay millones y millones de personas que ni siquiera pueden, o se atreven a imaginar, en las condiciones en las que viven, o más bien, vivimos esos pocos afortunados.
Vamos a ver si con esto les podemos abrir los ojos. Así sea a unos pocos. Porque estoy seguro, que una vez abiertos, por más que lo intenten, no los podrán cerrar. La realidad estará frente a ellos y será su momento de tomar una posición frente a esta situación. En otras palabras, ver si con esto, sacan la puta cabeza del culo, dejan de pensar en plata y piensan en los demás.
Estas palabras, cargadas de rabia, fueron el resultado de una conversación, que había tenido pocos días antes del viaje y encontrarme con esta nueva realidad. Una conversación, en la que la frase “es que quieren todo regalado”, fue pronunciada.
Después de dos días, tuve que hacer mi primer viaje solo. En Andagoya me encontraría con diferentes líderes comunales, que estaban reunidos, para socializar el taller y concretar los cupos de los niños que iban a asistir –hasta el momento sólo había uno confirmado–. Dos pobres no pueden tener hijos o si no salen mendigos. Esta frase me sacó de mi pensamiento. Seguí escuchando la conversación entre el conductor del tuk tuk y una de las pasajeras. ¿Dónde queda el teatro? Tranquilo que yo lo dejo al frente. Gracias. Cuando llegamos, me invitó a pasar y me presentó ante todos. Al rato tenía los cupos llenos. Que trabajen en parejas, eso no importa. ¿Cómo le decimos a unos que sí y a otros que no? Nunca lo había contemplado, se salía de todo lo que tenía pensado y todo lo que había hecho hasta el momento. Si claro, no hay ningún problema. Comenzamos mañana a las dos y ahí cuadramos el horario para los otros días. Tenía que esperar, a las dos me encontraría con Santiago –el único que estaba confirmado antes de mi reunión–, para ver si había conseguido más personas interesadas en el taller. Fui a caminar y conocer un poco. Desde una pequeña caseta me llamaron. Me invitaron a una cerveza. Al rato me invitó a conocer su casa. Seguimos tomando curado. Un poco de aceptación y que me trataran como a un igual fue una sensación muy linda. Nunca había sido tan blanco en mi vida –no me gustó para nada– y por alguna razón, sentía que mi presencia los incomodaba.
Es increíble todo lo que he logrado conseguir en la vida gracias al alcohol. Escribí victorioso, por haber conseguido estadía en una casa de familia. Era lo que más deseaba.
Empecé el día muy emocionado, pero mientras esperaba en la entrada del teatro, fui perdiendo la esperanza de que llegarían. ¿Por qué vendrían? Era obvio que esto no iba a funcionar. Un intento fallido más. Unos minutos después, fueron apareciendo. Para mi sorpresa, llegaron muchos más de los que estaba esperando. Comenzó la clase y todo fluyó.
Llegué feliz al hotel. Muchos más niños en la calle interesados en los talleres. Ningún problema con nadie. Una foto que me encantó.
Por momentos me logro desconectar de toda la información y miedos con los que vengo y simplemente disfruto y vivo esta nueva realidad. A veces es inevitable pensar en que hace unos meses, unas pocas horas río abajo de donde estoy, en un operativo, las fuerzas militares bombardearon un campamento del ELN, cobrándose la vida de varios menores, para unos meses después, realizaron un operativo completamente “limpio y perfecto”, en el que capturaron a la cabeza del Clan del Golfo; uno de los hombres más buscados.
Tengo que soltar y dejar que las cosas pasen. Me siento abrumado con la presión y exigencias que me impuse. Tengo que enfocarme en lo que vine a hacer, los talleres para los niños, lo demás será un extra e irá saliendo lo que tenga que salir.
No puedo hacer nada para que todos estén felices, eso ya depende de cada uno de ellos. Es muy ambicioso pretender cambiar su comportamiento en siete días. Tengo que soltar el control y pensar en un taller para ellos. El taller que hice fue para mi, desde mi educación, mis gustos y expectativas. Desde el encierro y la soledad de mi casa.
Después de casi tres años sin fumar, las ganas me sacaron de la casa. Ya era de noche pero no importaba, ya había estado algunos días allá. Salí a caminar. Lo prendí y el placer fue el mismo que sentía años atrás. Encontré resguardo bajo un techo, en el que sentí, que no molestaría a nadie. El humo disipó ese momento tan duro que estaba viviendo. Por fin aceptaba que la reacción que me había imaginado, mientras escribía las clases en mi casa, nunca llegaría.
Al verme, un vecino me invitó a esperar dentro de su tienda. Acomodó dos sillas y se sentó a mi lado. Regáleme una cerveza porfa. Estuvimos un buen rato hablando, me invitó a pasar y conocer toda la casa. Volví a mi casa completamente despejado y nuevamente muy agradecido.
Ya en la cama, mientras hacía mi llamada de buenas noches con Alejandra, oí un carro que entraba a alta velocidad y paraba al lado de la casa. Llamó mi atención, no sólo la velocidad y brusquedad con la que lo hizo, sino que en los días anteriores nunca había entrado ningún carro. Además, esa noche me había quedado solo en la casa. Se bajaron del carro y comenzaron a golpear la puerta. ¡Profesor! ¡Profesor! No era la voz de ninguno de los niños, era la voz de dos hombres adultos. ¿Quiénes son y por qué me buscan? Sin alarmarla, terminé nuestra llamada para no hacer ningún ruido. Esperaba que el silencio, confirmara mi ausencia. Afuera, ellos seguían golpeando y gritando. El miedo se comenzó a apoderar de mi cabeza. Acostado en la cama, en silencio, esperando el momento en el que tumbarían la puerta, entrarían por mi y yo desaparecería para siempre. Después de un rato, seguro mucho más corto de lo que recuerdo, salió el vecino –un profesor del pueblo–. Al verlo, ambos hombres se disculparon por la hora, le traían noticias importantes. Podía dormir en paz.
La exposición al final no fue lo que esperaba. Muchos de los niños no llegaron. Mucho menos sus familiares y amigos. Estaba bastante desilusionado. Definitivamente, eso no era lo que había imaginado. Cogieron sus fotos y se despidieron. Un trago muy amargo. Después del cierre, me encontré con Harrinson, un artista del pueblo, que me quería mostrar su obra.
‹‹Mijo vengase porque acá va a estudiar y acá va a trabajar, véngase» Esta fue la invitación que le hizo una tía, para que viajara a Bogotá. Él feliz, de conocer Bogotá, poder estudiar y trabajar, no lo dudó. Al llegar, se dio cuenta que las cosas no eran como se las habían pintado. Para poder estudiar, tenía que trabajar, para poder trabajar, tenía que tener experiencia. La frustración no se hizo esperar. Recordaba el pequeño emprendimiento que había dejado atrás en Andagoya. Comenzó a trabajar en los buses vendiendo dulces y afiches. Gracias a los afiches, se enamoró de la fotografía y la pintura. Finalmente consiguió trabajo en vigilancia. Con esta estabilidad, en los ratos libres, comenzó a buscar jóvenes que pintaban en las calles, viendo cómo trabajaban, aprendiendo todo lo que podía.
Después de varios años de esta rutina, decidió volver a su pueblo. Desde que regresó, su musa ha sido Andagoya. Se ha dedicado a pintar sus paisajes. Lo que él se imagina será Andagoya en el futuro y lo que recuerda del pasado. Las dragas sacando oro y las mineras trabajando a la orilla del río. Varios de sus cuadros están dedicados a la mayor tragedia que ha vivido el pueblo. Recuerda cuando en 1989, durante el reinado del oro, la barca que atravesaba el río Condoto, haciendo su rutinario trayecto, lleno de personas, llegando al otro lado, se volteó.
Con unos aguardientes y unas cervezas, al son de unos viejos vallenatos y una que otra chámpeta, pasé mi última noche en Andagoya.