Fue gracias a Alejandra que volví a conectar con la montaña, que volví a estar en contacto con la naturaleza. De alguna manera, ella aceleró mi proceso de autoconocimiento y (re)conocimiento.
Me gusta mucho poner (re) antes de la palabra conocimiento, cuando estoy hablando de mi proceso. Aumenta sus significados.
Hace poco me explicaron que muchas veces, no es que estemos experimentando ni descubriendo cosas nuevas, que simplemente, estamos recordando.
Así que, ese proceso de (re)conocimiento, ha sido eso, conocerme, recordar y volver a integrar. Un viaje de dos vías; recordar para conocerme y conocerme para recordar.
Fue así, como ella me llevó a la montaña. Mi cuerpo comenzó a recordar. A sentirse cómodo, seguro, tranquilo, en un lugar conocido.
Años después, lo comencé a hacer solo. Se convirtió en un ritual. Ir a la montaña a meditar, caminar, pensar, escribir, recordar. A pedir consejos y sabiduría. Buscar una guía para mi vida.
Quizá sin saberlo aún, motivado por las “Ensoñaciones del paseante solitario” de Rousseau, o por los beneficios, del entonces desconocido, Shinrin Yoku, japonés. Aun no sé lo que fue, pero caminar en la montaña se hizo frecuente, recurrente. Quizá fue todo, quizá nada. Quizá, todo esto, es el resultado de ir allá, a caminar. Sin ruta, sin rumbo, sin una meta, simplemente caminar. Una meditación activa. Estar en silencio con mis pensamientos, acompañado por mis perros, una cámara, una libreta y una grabadora. Diferentes herramientas que he empleado para recordar los mensajes que me son entregados en este mundo onírico.
Un mundo en el que la luz y la sombra son igual de importantes. Igual de reveladores/develadores. Se integran. Se vuelven uno. Nos volvemos uno. Y es en ese momento, que recordamos una vida pasada, más sabia, que me habla y me muestra el camino que he de recorrer.
Sentía que aún tenía cosas por hacer, que haber dejado ir repentinamente al barrio, no era la manera. La forma de contactarlos y volver a Egipto, fue cuadrar una subida a Guadalupe con mis amigos. De una u otra manera, era una forma de abrirme a ellos, de mostrarles un poco de mi vida personal. Me puse en contacto y concretamos la subida.
Lo realmente importante de esta historia es que, durante la subida, entendí el por qué me gusta tanto hacer estas caminatas en la naturaleza. Inmediatamente comenzaron a llegar los recuerdos a mi mente. Las diferentes caminatas en Baalbeck –la finca de mi abuelo en Agua de Dios–. Salíamos con un par de pistolas de balines a cacería de abuelitas. “Lo que mates te lo comes” era la frase que comenzaba este ritual. Subíamos la montaña que estaba atrás de la casa y ahí comenzaba el paseo. Él –mi papá– me contaba las historias de cuando hacía lo mismo con su papá y su hermano. Me explicaba diferentes trucos, que seguramente, había aprendido de mi abuelo Pacho y mi tío Juan. “Si no puedes diferenciar el color de las plumas, no dispares”. “Cuando van volando, debes disparar una cuarta adelante”, mientras me mostraba qué era una cuarta con sus manos.
Era nuestro momento, su momento de hablarme y el mío de escucharlo y aprender.
Bajé motivado a mejorar la relación con mi papá. Conocer más de su historia, desatascar esa energía masculina, ponerla a fluir. Comencé a actuar, y como era inevitable, ya se lo imaginarán, a recordar. Recordé de dónde viene el amor a la naturaleza, a caminar por ella, a perderme entre sueños y recuerdos.
Poner a fluir la energía masculina, dio resultado. Seguí subiendo. Seguí preguntando, escuchando, confiando cada vez más.
Tengo que sanar la relación con mi mamá, con mi energía femenina. Sólo así estaré completo. Ya integré el Mauricio en mi vida, ya lo hice parte de mi. Necesito integrar el Nassar. La energía femenina es más fuerte y poderosa, la he recibido de mi mamá, mis tías y mi abuela. Sólo así estaré completo, en ese momento seré AMAN.
Este mensaje fue la invitación a sanar e integrar la energía femenina, mi energía femenina a mi vida. Integrar el poder del amor maternal. Ponerlo a mi disposición. Que se ponga al servicio y ponga a su servicio la energía masculina, mi energía masculina, que fluyan en armonía, juntas, encaminadas al mismo lugar.
Esta es, a la vez, una carta de agradecimiento y el recuerdo/confirmación del compromiso y el deseo por cuidar/conectar/aprender el conocimiento ancestral, de las diferentes comunidades andinas y proteger/recorrer/escuchar su entorno. El camino para encontrar la luz en la oscuridad.